Vivir con incontinencia: del miedo a la fuerza
- Susana Tapia
- 14 feb
- 2 Min. de lectura

Cuando empecé a vivirlo en mi propia piel, no estaba preparada para el impacto emocional que tendría en mí. Ya no era la misma.
¿Correr? Olvidado.
¿Viajar sin preocupaciones? Terminado.
¿Sentirme segura en mi cuerpo? Desaparecido.
ra como si mi cuerpo ya no me perteneciera. Había perdido autonomía, control, libertad. Decidir cuándo y cómo ir al baño ya no era una elección, sino una lucha diaria.
La incontinencia urinaria no es solo un problema físico. Te cambia por dentro.
El primer impacto: miedo, vergüenza y frustración
Me sentía frágil, vulnerable. Obligada a planificar cada salida, cada trayecto, cada situación social. Mi cuerpo me había traicionado.
¿Y si vuelve a pasar?
¿Y si los demás se dan cuenta?
¿Tendré que vivir así para siempre?
Después vino el rechazo. Rechazaba esta nueva realidad. Me repetía que pasaría, que no podía ser para siempre. Esperaba que alguien me diera una solución, que existiera una respuesta clara.
Pero nadie hablaba del tema. La incontinencia es un tabú.
Nadie nos dice la verdad
Incluso entre mujeres, incluso entre madres, es un tema que se esconde. Se sufre en silencio. ¿La solución más común? Absorbentes. Te acostumbras, te adaptas, te resignas.
Pero yo no. Yo no podía aceptarlo.
Si hubiera aceptado las primeras respuestas de los médicos, hoy no estaría contando un camino de mejora, sino solo de adaptación.
Porque el verdadero problema es que nadie nos explica realmente lo que está pasando en nuestro cuerpo.
Por eso es tan difícil encontrar una solución:
Falta de información: pocos profesionales explican de manera clara qué sucede anatómicamente con tu suelo pélvico.
Falta de una visión global: cada especialista ofrece soluciones desde su propia perspectiva:
El cirujano habla de cirugía.
El fisioterapeuta de rehabilitación.
El especialista en electroestimulación de terapias pasivas.
Todo desconectado.
Desconocimiento del propio cuerpo: Nos enseñan muy poco sobre nuestra anatomía, y terminamos sin saber ni siquiera qué preguntar.
¿Cuándo fue la última vez que te miraste con un espejo allá abajo?
¿El resultado? Propuestas fragmentadas, procesos incompletos y ninguna visión clara para recuperar la funcionalidad a largo plazo.
Recuperar funcionalidad no significa “curarse”. Significa recuperar tu autonomía.
Algunas lesiones, como las mías, son irreversibles. Pero eso no significa que tengamos que rendirnos.
Podemos fortalecer nuestro cuerpo.
Podemos mejorar nuestra calidad de vida.
Podemos dejar de sentirnos atrapadas.
La clave: Educación, Conciencia y Acción.
Estudié. Entendí que el suelo pélvico no trabaja solo, sino que es parte de un sistema más amplio.
Escuché mi cuerpo. Aprendí a conectarme con mi respiración, mi postura y la gestión de las presiones abdominales.
Descubrí los hipopresivos. Y mi cuerpo respondió.
Existe otra manera. No tenemos que vivir en la incertidumbre y la vergüenza. Podemos recuperar la funcionalidad y tomar el control.
Y yo estoy aquí para guiarte en este camino.
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